Reduzcamos la Velocidad!!

Una vez, de tantas desde que vivo en esta ciudad, venía de regreso del trabajo caminando hacia una de las estaciones del metro, absorta en una canción que estaba escuchando en mi mp4. De pronto, una señora me tropieza y, sin pedir disculpas, sigue su camino. Evidentemente la costumbre de vivir en la agitada ciudad de Caracas me hice no darle importancia a la situación, sin embargo esta vez pensé: ¡Cuanta prisa tienen todos por llegar! Pero, ¿A dónde?
¡Es como si participaran en una carrera de la Fórmula 1 a cualquier hora del día! Van a toda marcha y sin perder ni un segundo siquiera para mirar al cielo. Se adelantan al cruzar la calle sin observar antes si, efectivamente, la luz verde para los peatones ha sido activada. Luego, al llegar a la estación del metro pisan el acelerador y se dirigen al andén para lograr conseguir un puesto en algún vagón. Y, una vez allí, pocas personas son las que muestran su amabilidad al ceder su asiento al más necesitado. Es como una guerra contra el tiempo en donde evidentemente TODOS son adversarios. Afortunadamente, muchos como yo tienen sus audífonos puestos y se concentran en su música o en alguna lectura y no les importa si van sentadas o de pie. Sin embargo, dentro de esa inexplicable carrera me detengo a preguntar porqué la sociedad venezolana va tan deprisa cuando hay tantas cosas que observar… La respuesta seguirá inconclusa y, durante quién sabe cuánto tiempo, la apatía y el irrespeto con el amigo que llevamos al lado, así como apuro de llegar no se sabe a dónde ni el porqué, nos seguirán haciendo presa de este sistema de empujones y tropiezos

SEMILLAS


...¿Jonjoi?, decía el niño confundido -se le escuchaba mejor que a la señora mandona-. Ajonjolí, repetía ella, no olvides el acento, buscaremos ajonjolí en el tarantín de Alí -una señora muy acentuada-.
¿Ajonjolí?, palabra de fonética chistosa, chiclosa, de color caracol bronceado. Viendo ajonjolíes amontonados desde este sexto piso parecen arena, los toco y se deslizan en mis manos, hago una casa con esta arena de ajonjolí. ¡Qué aroma!, la casa nueva huele a pan tostado, la casa flota, se balancea como un chinchirro, viaja, está en Falcón... Guardaré arena de recuerdo en mi bolsillo.
Un grupo de ajonjolíes magos bucean en un vaso de agua con estampados, esperando reducir los kilos nuevos del señor de la panadería, es su bebida religiosa, como el mojito que toma su papá cada jueves. Deja un poco de ajonjolí para la comida de la noche, los pone en la sartén, se convierten en bailarines como los barloventeños, saltan, ríen, se menean, alumbrados por la candela, -música suena-.
Un ajonjolí rebelde estornudó muy fuerte como protesta en el estómago de la vecina y le produjo alergias. Comeré un ajonjolí dulce, de los que venden con maní en el quiosco de la esquina, los pruebo y recuerdo las flores del parque al que iba de niña, las dormilonas, -si las toco dormirán, ¿no despertarán?, mejor las dejo seguir conversando con sus otras amigas-, dormirán como los ajonjolíes que están en el envase de la cocina, los que sueñan. Se despierta el ajonjolí...

¡Ya tengo un blog!

















¡Así es!, después de tanto pensarlo, no se si ya pasó la moda de los blogeros y el auge que tenía al momento que salió. El día de hoy es acaparado por las redes sociales que todos conocemos y en las que nos comunicamos con los amigos y familiares, en el cual publicamos gran cantidad de fotos y vivencias, me he decidido a tener el mío, claro, con la mejor compañía que pueda existir, la de mis mejores amigos, para así contar a través de esta vía nuestras experiencias sin presunciones de lograr fama ya que puede ser que a nadie le interese pero de igual manera nos encantará compartir y escribir de cualquier forma las cosas que queramos... Ya sea como manera para desahogarnos, tanto de lo duro que fue el día en la gran Caracas, del trabajo a la uni, de ahí a la casa o de lo difícil que es ¡adaptarse a una nueva ciudad!, para ésto y muchas cosas más me interesó abrir el blog.